La aventura de los conquistadores by Juan Antonio Cebrián

La aventura de los conquistadores by Juan Antonio Cebrián

autor:Juan Antonio Cebrián
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2005-01-01T05:00:00+00:00


Llegamos a Mactán tres horas antes del alba. El capitán no quería que se luchase en aquel momento, pero envió un mensaje a los nativos... a fin de que, si obedecían al rey de España, reconocían al rey cristiano (el de la isla de Cebú) como su soberano y nos pagaban un tributo, él sería su amigo; pero si querían que fuese de otra forma ellos verían cómo herían nuestras lanzas. Ellos replicaron que si nosotros tenemos lanzas, también ellos las tenían de caña de bambú, así como dardos endurecidos al fuego. (Nos pidieron) no les atacásemos inmediatamente, sino que esperáramos hasta la mañana. Esto lo dijeron para que fuésemos nosotros quienes fuéramos a buscarles, porque habían hecho algunos fosos entre las casas y así caeríamos en ellos. Cuando llegó la mañana, cuarenta y nueve de los nuestros saltaron al agua cubiertos hasta la cintura, y fueron nadando por ella a lo largo de más de dos disparos de ballesta antes de alcanzar la orilla. Los botes no se podían acercar más dado que había rocas debajo del agua. Los otros once hombres quedaron guardando los botes. Cuando llegamos a tierra los hombres de ellos formaban tres divisiones, sumando más de tres mil quinientos. Cuando nos vieron cargaron sobre nosotros, con tremendos gritos, dos divisiones en nuestros flancos y la otra contra nuestro frente. Cuando vio esto el capitán, nos formó en dos divisiones, y así comenzamos a luchar... Cuando disparábamos nuestros mosquetones, los nativos se movían de aquí para allá sin estar un momento quietos, y se cubrían con sus escudos. Tiraban muchas flechas y lanzaban tantos dardos de bambú (algunos de ellos con punta de hierro) contra nuestro capitán-general, además de dardos afilados y endurecidos al fuego, así como piedras y barro y apenas podíamos defendernos...

Fue tanta la carga que efectuaron sobre nosotros que hirieron al capitán en una pierna, la derecha, con una flecha envenenada. Debido a ello él ordenó que nos retirásemos ordenadamente, pero los hombres empezaron a huir, excepto seis u ocho de nosotros que quedamos con el capitán. Los morteros, que estaban emplazados en los botes, no podían ayudarnos dado que estaban ya demasiado lejos; así continuamos la retirada en una distancia como el disparo de una ballesta desde la orilla, siempre luchando con el agua hasta las rodillas. Los nativos continuaron persiguiéndonos y, recogiendo la misma lanza cuatro o seis veces seguidas, nos la volvían a arrojar una y otra vez. Cuando reconocieron quién era nuestro capitán fueron tantos los que se abalanzaron sobre él que le arrebataron el casco de la cabeza en dos ocasiones, pero él siempre siguió resistiendo con firmeza como un buen caballero, acompañado de otros varios. Así seguimos luchando por más de una hora, negándonos a retirarnos un paso más. Un indio lanzó una lanza de bambú a la cara del capitán, pero éste mató a aquél en el acto con su lanza, dejándola clavada en el cuerpo del indio. A renglón seguido quiso desenvainar su espada, pero



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